viernes, 16 de noviembre de 2012

EL MAL HOMBRE, Rubén Romero Sánchez



















Con El mal hombre (Editorial Legados, 2012), Rubén Romero Sánchez afirma un estilo que abre su poesía a originales posibilidades de conocimiento de la realidad cotidiana a través del individuo como ser desarraigado que se pregunta por su existencia y su razón de estar en el mundo. En este poema la maldad no es una opción sino una imposición de un poder omnímodo en un tiempo sin dioses.

En el marco del quehacer poético español y, en algunos aspectos, también en el del quehacer hispanoamericano, se verifica un propósito generacional de trascender las limitaciones realistas derivadas de una idea de la poesía ajustada al canon de lo evidente y al fuego de artificio de un lenguaje doméstico que, no pocas veces, sucumbe a la retórica dialógica. Esta nueva generación de poetas presenta voces potentes y personales, como la de Rubén Romero Sánchez, que sin renunciar a una visión particular de una realidad condicionada por la anomia social y política y la consecuente incertidumbre, tiene en común su tendencia a lanzar las anclas a la tradición literaria que se origina con los libros fundacionales -la Biblia, los libros homéricos y los clásicos greco-latinos- y aquellos que han señalado hitos como retratos de tal o cual estadio de la civilización.
Romero Sánchez, sin renunciar por momentos a un lenguaje canalla o los guiños a los modernos rapsodas -Cohen, Paul Simon, Springsteen, Reed, etc.- no escribe una colección de poemas -un poemario-, sino un poema centrado en un protagonista -el mal hombre- que le permite articular como una historia su peripecia vital y también su drama existencial como huérfano de dioses. El poeta a través de una canción de cinco cantos -Del amor, De la traición, Del tálamo, Del olvido y Del perdón- que constituyen otras tantas estaciones del estar en el mundo, narra la odisea de un destierro mayor, en el que el hombre se enfrenta a un desamparo esencial, a una soledad de la que nadie escapa y que, en su radical manifestación, trasciende la individualidad. El yo en el que pretende hacerse fuerte. Una pretensión vana en la medida que somos lo que dejamos de ser [la voz que tuve antaño / acude a visitarme en madrugada], a causa de esa sumisión irreductible al tiempo ante el cual ninguna protesta tiene sentido [Hoy protesto de por qué el tiempo / tiene que seguirme...] ni tampoco la constatación de que la traición de dios se reduce a un acto de fe.
Estos puntos son la piedra angular de la poesía de Rubén Romero Sánchez, quien de este modo deja señalada una poética a la que sólo el exabrupto o el tropiezo en la metáfora «sabinoide» pueden malograr.