sábado, 5 de noviembre de 2011

TÚ ME ACARICIASTE Y OTROS CUENTOS, D.H. Lawrence




D.H.Lawrence con Frieda Weekley
Tú me acariciaste y otros cuentos, de D. H. Lawrence (Debolsillo, 2007, trad. P. Mañas, M.Covián, A. Eiroa, V. Fernández Muro, R.G. Salcedo y R. Parramón), es una magnífica edición en la que originalmente trabajaron los profesores James T. Boulton y Warren Roberts para la Cambridge University Press a partir de mecanoscritos, pruebas de imprenta y primeras impresiones «para intentar restaurar al máximo, no sólo los párrafos censurados impunemente, sino la puntuación original del autor», como afirman los editores de la presente edición, prologada por Pilar Mañas.

La lectura de los veinticinco cuentos que componen Tú me acariciaste y otros cuentos supone una bella experiencia espiritual e intelectual. D.H.Lawrence pasa por ser uno de los autores británicos más controvertidos de las primeras décadas del siglo XX debido al tratamiento que ha dado a las relaciones entre hombre y mujer, a la sexualidad y a los efectos alienantes de la sociedad industrial. Si bien es más conocido por su célebre y, en la época de su publicación, escandalosa novela El amante de Lady Chaterley, ha sido su novela Mujeres enamoradas, sus poemas y, sobre todo, sus cuentos los que le han dado un perfecto encaje en la tradición literaria inglesa y un lugar relevante en la literatura universal.
David Herbert Lawrence fue un hombre y un escritor inconformista, inteligente y sensible. Una suerte de espíritu libre, que asumió sin complejos ni reticencias, sus contradicciones. Sus cuentos, elaborados a partir de una aguda observación de las conductas condicionadas por el medio y las circunstancias, constituyen historias tan simples como intensas. Pero no se trata de una intensidad sostenida por la acción o una dinámica precipitada de los hechos y las causas, sino por la poesía que, para revelar las ocultas motivaciones que llevan a los personajes a actuar de determinados modos, hace inútil cualquier registro argumental. Cuentos como La media blanca, Olor a crisantemos, El oficial prusiano, Tú me acariciaste, La hija del tratante de caballos o El ciego, por señalar sólo algunos, son de una gran hondura humana. En ellos, el alma de los personajes queda al desnudo y casi puede verse en ella, como en un mapa anatómico, la red nerviosa que componen los sentimientos que la sostienen en su andadura humana. 
No es, sin embargo, lo que los personajes sienten lo que interesa realmente a Lawrence, sino lo que los seres humanos son. El sentir como latido de la vida. Al respecto hay un pasaje revelador en Olor a crisantemos, cuando la mujer del minero muerto le lava su cuerpo, acción que por otra parte tiene un simbolismo purificador y la voz narrativa que la suplanta dice: «La boca del hombre estaba hundida hacia atrás, ligeramente abierta bajo el bigote. Los ojos, a medio cerrar, no parecían vidriosos en la oscuridad. La vida con su humeante brillo se había alejado de él, le había dejado separado y totalmente ajeno a ella. Y ella sabía cuán extraño le resultaba. En su vientre sentía un miedo helado por este alejado y extraño ser con quien había vivido como en una sola carne. ¿Era esto lo que significaba todo?» 
Aunque, en su época, los pacatos de la sociedad posvictoriana lo tildaron de pornógrafo y las feministas, entre ellas Virginia Woolf, cuya prosodia poética no era diferente a la de él, lo acusaron de machista, la  obra literaria de Lawrence, sustentada en su experiencia y en su libre  forma de pensar y escribir, constituye uno de los pilares más firmes de la moderna literatura inglesa.