domingo, 11 de septiembre de 2011

PUNTO OMEGA, Don DeLillo



Punto Omega (Seix Barral, 2010, trad. Ramón Buenaventura), del escritor estadounidense Don DeLillo es una novela fascinante que lleva al lector ante el soberbio espectáculo del cataclismo del tiempo y la muerte cósmica de la conciencia humana. Una reflexión poética de la vida alejada de la realidad y situada frente a la especulación conceptual por quienes pretenden reducirla a palabras -falsas palabras- que constituyen el farfullo del mundo.

Con una escritura despojada de todo ornato y un estructura narrativa igualmente desnuda, Don DeLillo vivisecciona la conciencia ética de su país a través de un personaje, Richard Elster, ex asesor del Pentágono para la guerra de Iraq que se refugia en el desierto de Arizona para hallar la «verdadera vida», esa que «ocurre cuando estamos solos, pensando, sintiendo, perdidos en el recuerdo, soñadoramente conscientes de nosotros mismos...». De un modo desconcertante, un personaje anónimo, que finalmente acabará entrando, como una subrepticia sospecha, en el desenlace de la novela, descubre al lector la onda expansiva  del tiempo que se desintegra a través de una instalación, Psicosis 24 horas, que se expone en el MoMA de Nueva York, y luego un joven cineasta - Jim Finley-, que también ha llevado a Elster al museo, va al encuentro de éste con la intención de hacer una película sobre su vida en la que la cámara sólo captará un plano y sólo se oirá su voz el tiempo que el protagonista quiera. 
Con esta sencilla puesta en escena, los dos hombres, a los que luego se sumará Jessie, la hija de Elster, hablan de la vida que se escapa y de la «guerra haiku», una guerra «en tres versos» que revela qué hay más allá de lo transitorio que la conforma. Elster la desea porque ha comprendido el engaño de las palabras y la imposibilidad de oírlas desde dentro de ellas mismas, como hacía su hija de niña repitiéndolas y moviendo los labios cuando los demás hablaban. La película de Hitchcock pasada a dos fotogramas por segundo  representa para él una experiencia conmovedora en la medida que la interpreta como una metáfora de la muerte del Universo. Una fuga del tiempo que lleva al yo consciente hacia el punto omega, donde la conciencia se contrae y, de no ser «un supuesto del lenguaje», se abre «hacia una idea exterior a nuestra experiencia». Pero lo que no saben Elster ni Finley es que también ellos han caído en la trampa de lo conceptual y que la realidad no tardará en golpearlos de una manera brutal.
Punto omega es una pequeña obra maestra que justifica el rango de la literatura estadounidense. Una metáfora de la existencia humana, de la fugacidad del tiempo y del valor de la vida humana que mueve a la reflexión. Al mismo tiempo, es una novela que reivindica la complejidad del texto y la potencialidad semántica de las palabras como recurso poético que pone en evidencia a quienes reivindican un tipo de literatura sostenida en la acción, el argumento y las consabidas estupideces con que discursean tantos editores españoles e hispanoamericanos para justificar la copia de los catálogos anglosajones, su pobre personalidad y su pacata servidumbre al mercado.